Muchos insectos son capaces de hacer cosas que nosotros, en nuestra vanidad, creemos ser los únicos capaces de hacer. Las abejas, por ejemplo, parecen ser capaces de comprender el concepto del 0, mientras que las termitas son arquitectas de complejos túneles subterráneos.
Pero quizá uno de los insectos más asombrosos sean las hormigas: no sólo son grandes arquitectas también, sino que inventaron la agricultura antes que nosotros y saben utilizar antibióticos naturales, algo que los humanos aprendimos a hacer hace menos de 1 siglo. Y por si fuera poco, las colonias de hormigas son un ejemplo de que otras formas de civilización son posibles.
Lecciones de democracia directa, cortesía de las hormigas
Una colonia de hormigas opera sin un control central: son más como un cerebro que como una sociedad humana. Cada hormiga es como una neurona y juntas, intercambiando información entre sí, forman una suerte de memoria colectiva que es de suma importancia para la supervivencia de la colonia entera.
Este mecanismo varía de especie a especie. La colonia de hormigas de madera roja, por ejemplo, recuerda el sistema de senderos que la lleva a los mismos árboles a los que cada año debe ir para conseguir alimento. Pero las hormigas por separado no son capaces de llegar hasta los árboles.
La bióloga Deborah Gordon es quien ha llegado a estas conclusiones. Entre otras cosas, Gordon realizó una serie de experimentos en los cuales perturbó el orden habitual de un grupo específico de hormigas trabajadoras al interior de una colonia. Al hacerlo, la actividad del grupo perturbado se vio modificada, mientras que la actividad de otros grupos no paró, pero se modificó a partir de la interrupción en otro espacio de la colonia. Esto demuestra el grado de organización en las colonias de hormigas, y cuán específico es el rol de cada hormiga al interior de éstas.
Además, Gordon repitió el experimento varias veces, lo que generó una memoria colectiva sobre las perturbaciones que hizo que las hormigas cambiaran sus tareas de la manera más óptima cada vez que la perturbación volvía a ocurrir.
Individualmente, las hormigas no generaban la memoria de lo sucedido, pero colectivamente sí.
Otro hallazgo de Gordon fue que las hormigas más viejas reaccionaban a las perturbaciones de manera más estable, concentrándose en su trabajo más que en responder a las perturbaciones directamente. En cambio, las hormigas jóvenes reaccionaban de manera más visceral y no siempre precisa, lo que demuestra que siempre es necesaria la sabiduría de los que han estado más tiempo en este mundo.
De esta manera, algunos de los insólitos comportamientos de las hormigas nos demuestran que una sociedad puede ser más horizontal, con un mecanismo que no vaya de arriba hacia abajo, sino que se base en el apoyo mutuo y que se sustente en la memoria colectiva. Algo así deben ser las bases de una democracia directa, lo que nuestra civilización debe poner en práctica cada vez más si es que queremos sobrevivir y, más aún, si queremos evolucionar colectivamente.