Si algo distingue a la filosofía zen es que tiene como base a la naturaleza, entendida como principio y final de la vida, pero también como un medio de la existencia individual y colectiva. Captar la esencia de la naturaleza es captar sus flujos, los cuales pueden estar preestablecidos o ser casi por completo espontáneos y totalmente impredecibles.
No obstante, en estos tiempos casi siempre nos dejamos dominar por uno de los dos polos, ya sea lo preestablecido o lo espontáneo. Jamás aprendemos, o jamás nos enseñan, a navegar la existencia con las dosis justas de espontaneidad y cordura. De hecho, en tiempos como los nuestros (donde los juicios sociales están más presentes que nunca gracias a Internet), retomar la naturaleza del ser –la sencillez, la naturalidad– es un franco acto de rebeldía. Y también, de originalidad.
Por eso, recordar lo que Alan Watts –el genial filósofo de la simplicidad– nos tiene que decir sobre la importancia de la espontaneidad es importante hoy en día. En su libro The Way of Zen, Watts escribe:
En algunas naturalezas, el conflicto entre la convención social y la espontaneidad reprimida es tan violento que se manifiesta en crimen, locura y neurosis, que son los precios que pagamos por los, de otra forma, indudables beneficios del orden.
Hay un conflicto, y quizá eso sea lo más importante a considerar para, luego, buscar ser espontáneos sin caer en el extremo de abandonar toda convención establecida. Ya que antes de liberar nuestra espontaneidad, debemos saber qué es exactamente esta gran fuerza inherente a la naturaleza:
La espontaneidad no es bajo ninguna circunstancia un ciego y desordenado deseo, ni un mero capricho de poder.
Ser espontáneo tampoco es para Watts un reflejo meramente automático, sino una suerte de equilibrio elemental y vital. La espontaneidad es una disrupción natural de los flujos, lo que en los seres humanos –o en los practicantes del zazen– será la única vía para liberar al pensamiento de ataduras y desbloquearlo. Porque nuestro pensamiento también es espontáneo e incontrolable, pero a veces no queremos dejarlo fluir.
En una lectura titulada Why Can’t You Be Spontaneous?, Watts parte de la práctica de la esgrima para ejemplificar la espontaneidad en el pensamiento, vista como liberación.
El arte de la esgrima, nos dice, no consiste en saber lo que hará el otro, sino en estar listo para recibir lo que sea. Ningún combatiente puede concentrarse en cómo responderá al ataque enemigo, pues ello lo bloqueará terriblemente; debe más bien improvisar, ayudándose de su técnica, pero no confiándole todo a ésta.
[related]Más aún: cualquier espadachín debe poder defenderse con lo que tenga a mano, sea una espada, un palo o una pluma. Ser espontáneo es sobrevivir, sin que la supervivencia sea el eje rector que conduce nuestras acciones.
Eso no significa renunciar a la técnica o al raciocinio, sino vivir en dos niveles: el de lo determinado, por un lado, y el de la espontaneidad inherente a la naturaleza, por el otro. Para Watts esto significa poder “controlar el accidente”:
Esa es la lección más difícil de la vida: poder efectuar lo que es llamado por mis amigos artistas japoneses un “accidente controlado”.
Controlar un accidente es sin duda una paradoja, de lo cual está repleta la filosofía zen, como lo está la propia naturaleza, dual y llena de mediaciones. Por eso, Watts nos alienta a aprender a equilibrar la espontaneidad en nosotros y a usarla con inteligencia, tanto emocional como racionalmente:
La idea no es reducir la mente humana a una vacuidad, sino tomar en cuenta su innata y espontánea inteligencia, usándola sin forzarla.
Sin duda, ser espontáneo es sobrevivir mientras jugamos. Una simple lección que nos puede llevar toda una vida aprender.
* Pinturas: Martin Beaupre