Judith Butler es una de las filósofas contemporáneas más reconocidas en los últimos años e, irónicamente, también una de las menos comprendidas. Su trabajo sobre género y performatividad es la base de muchas escuelas de pensamiento actuales, a la vez que el blanco de neoconservadores tanto académicos como religiosos, especialmente a partir de la publicación de los ya clásicos El género en disputa: feminismo y subversión de la identidad, de 1990, y Cuerpos que importan: Sobre los límites materiales y discursivos del sexo, de 1993.
En su nuevo libro, The Force of Nonviolence (Verso Books, 2020), Butler explora y cuestiona la diferencia entre modos de acción individuales y grupales en lo que respecta a distintos tipos de violencia: la que se ejerce en razón del género, la sistémica, que tiene que ver con las cárceles, fronteras e intereses económicos, pero también la filosófica. Es decir, aquella que se ejerce en el ámbito de nuestra noción de individualidad y de individuo, cuyo modelo es, para ella, “cómico, y en cierto modo, también letal”.
La fuerza de la interdependencia
En nuestros días se privilegia a las personas en razón de sus logros, de lo que han logrado por sí mismos al atravesar grandes dificultades. Sin embargo, esta narrativa pseudoheroica individualista sólo sirve para atomizarnos y despojarnos de agencia para el cambio real. Se trata, por un lado, de reconocer que lo que cada uno es se encuentra en una relación de dependencia con el cuerpo social. No obstante, para Butler:
La tarea que va más allá es la de afirmar la interdependencia social y ecológica… Si pensáramos en nosotras mismas como criaturas sociales que dependen fundamentalmente unas de otras -sin que exista vergüenza, humillación ni “feminización” en ello- creo que nos trataríamos diferente unas a otras, porque nuestra concepción misma del ser no estaría definida por el interés propio individual.
La obligación ética de la imaginación
El paradigma de que el mundo y el ser humano son inherentemente violentos es el punto de partida de los cínicos y reaccionarios para responder a cualquier alternativa de cambio real. Pero esta idea, a decir de Butler, debe desarrollarse si es que hemos de construir una nueva realidad. En una entrevista, la filósofa pone como ejemplo el hecho de que el matrimonio homosexual o la posibilidad de un presidente negro en la Casa Blanca llegaran a ser desestimadas como posibilidades “poco realistas” en el pasado, antes de convertirse en realidades. Podría objetarse que si bien estos cambios han sido importantes, dejan intactas otras realidades más opresoras (e incluso conservadoras), tales como la familia o la democracia estadounidense. Sin embargo, Butler intenta desarticular la función de la “realidad” para el discurso socio-político en aras de encontrar nuevos horizontes y posibilidades de inclusión.
Hallar y construir dichos horizontes depende de que logremos desafiar nuestros preconceptos sobre lo real y lo posible. Pero no para volver a “la noción de que la deliberación individual es el núcleo de la acción moral”, sino para imaginar nuevos futuros a partir de un marco ético diferente:
¿Qué le debemos a aquellos con quienes habitamos la tierra? ¿Y qué le debemos a la Tierra, igualmente, mientras estamos en ella?… ¿Por qué le debemos respeto a sus vidas o a un compromiso de relación no violenta?… Nuestra interdependencia sirve como la base de nuestras obligaciones éticas mutuas. Cuando nos atacamos unas a otras, atacamos precisamente ese vínculo.
La no violencia en la práctica
Los ejemplos de desobediencia civil no violenta remiten a nombres como los de Henry D. Thoreau, Martin Luther King, Mahatma Gandhi y Gene Sharp. Sin embargo, de dicha lista dos hombres fueron asesinados. Los argumentos racionales y las mejores intenciones chocan de frente con la violencia y la venganza. Butler no intenta argumentar racionalmente una postura contra la violencia ni mucho menos proponer una receta para erradicarla. Al contrario, su postura consiste en buscar una forma de vivir en el mundo que pueda dar cuenta del enojo, la agresividad y el potencial asesino latente en cada uno de nosotros.
Para Butler, se trata de pensar un “ethos”, una forma de vida y comportamiento, una postura en construcción, más que un plan racional y presumiblemente infalible. Así pues, no se trata de pensar la no violencia desde una perspectiva hippie o idealista, sino de aprender a vivir con la posibilidad de la violencia y encontrar modos para desactivarla sin desencadenar su potencial destructivo:
Pienso que muchas posturas asumen que la no violencia se trata de habitar la región pacífica del alma, donde se supone que te puedes deshacer de tus sentimientos violentos o deseos y fantasías. Pero lo que me interesa es cultivar la agresión en formas de conducta que puedan ser efectivas sin ser destructivas.
Aquí una conferencia magistral de Butler en la UNAM durante su última visita a la Ciudad de México: