Una vieja canción infantil habla de una mamá cuervo que cree que su bebé cuervo es el ave más hermosa del mundo. Esto hace reír al resto de las aves, quienes creen que el bebé cuervo y su madre son precisamente lo contrario de “hermosos”. ¿Pero podrían convencer a la mamá cuervo, con argumentos objetivos, de que su bebé no es “hermoso”?
¿Qué ocurre cuando nos enfrentamos a este tipo de situaciones en la vida humana?
Peter Baumann es un investigador alemán que busca conexiones entre la ciencia y la filosofía de la experiencia humana. Para él, los sesgos cognitivos son especialmente interesantes, al grado de decir que no existe ninguna experiencia que no sea, de un modo u otro, un sesgo.
Ines Vuckovic
¿Qué son los sesgos cognitivos?
Un sesgo cognitivo en psicología se define como una desviación en el procesamiento de la información que recibimos del mundo. En general, decir que alguien tiene un sesgo cognitivo implica una connotación negativa, pues la persona sigue afirmando algo de manera irracional, es decir, contra las evidencias lógicas.
En otras palabras, un sesgo cognitivo es un comportamiento o una opinión irracional que, sin embargo, no le parece irracional a quien la tiene.
Pero según Baumann, estos sesgos son necesarios para la supervivencia, pues “el cerebro evolucionó para hacernos creer que éramos especiales”, de otro modo no podríamos atravesar las dificultades cotidianas.
Un sesgo cognitivo sería, pues, una manera en que nuestro cerebro nos da una sensación de importancia desmedida comparada con el resto. Tal vez es por eso que defendemos una opinión errónea o un prejuicio, incluso (y especialmente) cuando nos demuestran que estamos equivocados: al cerebro no le gusta equivocarse. Incluso podemos decir que reconocer una equivocación propia requiere un proceso cognitivo que no todos somos capaces de realizar, pues es contraintuitivo. Pero mejor veamos algunos de los sesgos que propone Baumann (hay más de 200):
Los sesgos heredados
Sin importar la cultura en que nacemos, desde el principio absorbemos una serie de prejuicios que nos hacen navegar por el mundo con más facilidad. Los hombres se visten de una forma y las mujeres de otra; los adolescentes tienen unos gustos musicales que irritan a los ancianos; incluso decidimos apoyar a un equipo deportivo no a partir de sus resultados y estadísticas sino por factores emocionales, como el hecho de asociar la camiseta a nuestro barrio o porque nuestros padres fueron fanáticos antes.
Heurística de disponibilidad
En términos simples, es cuando alguien le da mucha importancia a un fragmento de información. Por ejemplo, un fumador que ignora los riesgos del consumo del tabaco porque tiene un abuelo/primo/conocido que fumó cuatro cajetillas diarias y vivió 100 años.
El punto ciego
Ser incapaces de reconocer nuestros sesgos es ya en sí mismo un sesgo. No podemos comportarnos con objetividad acerca de lo que nos pasa a nivel emocional, y aunque esto no sea evidente para nosotros, sí lo es para los demás.
La ilusión de lo similar
La tendencia de ver patrones o semejanzas en eventos aleatorios o inconexos. Aquí podemos pensar en las elaboradas teorías de conspiración que vienen y van por Internet. Otro ejemplo es creer que si tiras una moneda al aire y cae cruz tres veces seguidas, la siguiente forzosamente deba ser cara (en realidad, la probabilidad de cara o cruz sigue siendo 50/50, sin importar cuántas veces la lances).
Sesgo de particularidad (uniqueness)
Mientras más conocemos algo o a alguien, pensamos que son más “únicos”, más especiales. Pero no existe una razón objetiva para considerar, por ejemplo, que tu perro es REALMENTE el perrito más lindo del mundo: alguien más puede decir lo mismo de su propio perro (o de su gato, entienden la idea).
[related]Este sesgo da lugar a la conocida falacia según la cual si conociéramos “realmente” a personas detestables como Hitler o Stalin, nos daríamos cuenta de que son “buenas personas”, con gustos y aversiones, como cualquier individuo. Y puede ser cierto, pero eso no quita que estemos sesgados.
Sesgo de confirmación
Un sesgo que vemos a menudo en estudios científicos: cuando estás buscando algo en particular, tu percepción anula todo lo demás para hacerte creer que efectivamente hay algo ahí. Por ejemplo, si crees que una luz en el cielo es un ovni, tal vez trates de convencerte de que es así, y no quieras darte cuenta de que es un avión o una estrella. Lo mismo para los símbolos religiosos que aparecen cada tanto en las paredes o el pan tostado.
Mediante el sesgo de confirmación distorsionamos la realidad para que confirme nuestra visión del mundo. Pero sin este sesgo, el mundo probablemente sería más difícil de transitar. E incluso puede ser algo positivo. Si tenemos que buscar un objeto rojo entre miles de objetos azules, el sesgo de confirmación nos haría concentrarnos mejor en lo que buscamos y no distraernos en lo demás.
¿Cuál es el riesgo de los sesgos cognitivos?
Los sesgos no son una enfermedad ni algo inherentemente negativo: son un concepto que puede ayudarnos a pensar en nuestras decisiones y preferencias cotidianas, incluso para ponerlas a prueba. El peligro de no hacernos conscientes de nuestros sesgos particulares es que podemos dejarnos llevar por ellos e ignorar espectros más amplios de la realidad.
Cuando nos comportamos con necedad tratando de convencer a otra persona (quien, a su vez, puede tratar de convencernos de que estamos equivocados), nos estamos dejando llevar por los sesgos.
Y hasta cierto punto, es inevitable hacerlo. A diferencia de lo que pasa en un laboratorio, la vida cotidiana de cada persona está hecha de miles de pequeños sesgos y preferencias; poner a prueba estos sesgos y estar dispuestos a cambiar de opinión nos hace más resilientes, pero no hacerlo tampoco es tan grave. Incluso decidir adoptar y asumir nuestros sesgos, por irracionales que parezcan, es una forma de aceptarnos a nosotros mismos (aunque otra cosa sería si tratáramos de que los demás acepten nuestros sesgos por la fuerza).
¿Te identificas con alguno de los sesgos? ¿Te ocurren otros que no incluimos? Cuéntanos en los comentarios.
* Ilustración principal: Tsjisse Talsma