La noche del 9 de noviembre de 1989, miles de alemanes se unieron en una de los actos más subversivos de nuestros tiempos. Se apiñaron frente al Muro de Berlín para exigir a los guardias su paso hacia Alemania del Oeste. Esta noche vive en la memoria colectiva aún a 31 años, como la Caída del Muro de Berlín. Uno de los acontecimientos más trascendentales del siglo XX.
A pesar del alto al fuego de la Segunda Guerra Mundial, la disputa continuó entre La Unión Soviética y los países del occidente. Este periodo conocido como Guerra Fría, es quizá la lucha más grande entre las ideologías políticas de la época moderna.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el control del territorio alemán quedó en disputa, Alemania se vio dividida en una política bipolar. Por un lado, la ocupación occidental estuvo a cargo de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, formando la República Federal Alemana (RFA). Por el otro lado, la zona oriente dominada por la Unión Soviética se convirtió en un estado socialista, que más tarde recibió el nombre de República Democrática Alemana.
Caída muro de Berlín: más allá de las barreras físicas
La lucha por el poder de las zonas de ocupación alemanas, llevó a las autoridades de la Unión Soviética a la construcción en la ciudad de Berlín, de un muro de 45 kilómetros de distancia. De la noche a la mañana, los berlineses sufrieron la fragmentación no sólo de su territorio, sino de núcleos familiares, y peor aún de ideologías y libertades.
El Muro de Berlín, durante 28 años representó el símbolo más firme de la Guerra Fría. Cobró cientos de vidas de berlineses que intentaron cruzarlo, ya fuese por las balas infligidas por los francotiradores que lo custodiaban, o por los campos minados.
Los daños y consecuencias del Muro de Berlín siguen presentes aún en nuestras fechas. El eco se extiende como onda invisible, permitiendo que las barreras culturales sigan vivas entre los alemanes aún después de 31 años, quienes siguen en pie de lucha por una unificación ideológica.
Este es el claro ejemplo de las consecuencias sobre la imposición de ideologías y la violación de los derechos humanos como una forma de coerción. Las barreras ideológicas y culturales no deberían imponerse, más bien deberían transformarse y vivirse como oportunidades para ampliar la visión. Estas diferencias son exactamente lo que hace diversa la humanidad, lo que siembra la cultura y el conocimiento sobre los demás.