Hagamos un ejercicio de imaginación. Cierra tus ojos e imagina que frente a ti se coloca ahora una espectacular escultura, de texturas hermosas y los colores que más te gustan. Las formas están determinadas tu por mente. ¿Qué ves? ¿Es una persona, un animal o algo indescriptible? Cualquiera que sea el resultado, este es hermoso e inunda tus sentidos con una sensación de tranquilidad. Ahora es momento de abrir los ojos (hipotéticamente claro), la escultura simplemente ya no está y no es que no exista, tú mismo la viste, la cuestión es que es invisible. Este es el concepto detrás de la obra del artista italiano Salvatore Garau, salvo que ha subastado su preciada escultura invisible en 18 mil dólares.
Desde que existe el arte conceptual, su esencia ha inundado las mentes de los críticos que se cuestionan si lo que se aprecia es realmente arte y ha causado controversias a lo largo y ancho del planeta. Pero tras un historial de obras amadas por muchos y rechazadas por otros tantos, el arte conceptual se está colocando ahora en su punto más álgido gracias a Salvatore Garau.
Un espacio lleno de energía
El artista italiano de 67 años de edad acaba de lograr lo que ningún artista antes había logrado y eso es vender una escultura invisible en 15 mil euros (cerca de 18 mil dólares). La obra titulada Io sono (Yo soy) no es precisamente que no exista, sino que es inmaterial. Según el propio Garau, la escultura está construida de “aire y espíritu” por lo que no podría decirse que es meramente ‘nada’, ya que el “vacío es espacio lleno de energía”. Así que su obra, más que una banal inexistencia de materia es “energía que está condensada y transformada en partículas. Esto es, en nosotros”, explica el artista.
Inicialmente la casa de subastas Art-Rite, había tasado la obra entre 6 mil y 9 mil euros. No obstante, conforme avanzó la subasta los compradores elevaron su valor hasta alcanzar los 15 mil euros. El comprador se llevó a casa una escultura invisible y un certificado de autenticidad, ese si material. Así como instrucciones del propio artista para colocar la obra de arte. La pieza, según su creador, debe ser instalada en una casa privada, en un espacio de 1.50 x 1.50 metros.
Pero esta no es la primera escultura invisible que el artista italiano exhibe en las galerías de arte. Anteriormente Garau ya había instalado obras invisibles en la emblemática Piazza Della Scala de Milán. Ahí, instaló Buda en contemplación, enmarcado por un cuadro de cinta adhesiva dibujado en el suelo. Y en Nueva York enfrente la Bolsa de Valores también colocó Afrodita llorando. Para exhibir sus obras no ha tenido el mayor inconveniente. Ese es quizá el mayor beneficio de que sean invisibles, ya que no debe contar con los permisos para hacerlo.
Garau con su argumento de que sus esculturas sí existen, sólo que viven en la imaginación de sus espectadores nos demuestra que el arte conceptual está alcanzando su punto más álgido. Aunque si esta coyuntura es beneficiosa o no para la experiencia estética, esa es decisión de cada espectador. Finalmente de eso se trata el arte, de descubrir los sentimientos que una obra despierta en nosotros, positivos o negativos eso ya depende de cada quien.