Vivir en una ciudad, principalmente una cosmopolita, puede tener tanto beneficios como sacrificios. Entre los aspectos positivos más populares quizá se encuentra la diversidad de oportunidades laborales, académicas, culturales e, inclusive, médicas. Sin embargo, existen esos pequeños sacrificios, los aspectos negativos, que uno no se da cuenta que existen si no hasta que se aleja un tiempo considerable del bullicio de la ciudad; como por ejemplo, la tranquilidad y llaneza de lo natural.
Es verdad, no todo mundo tiene la posibilidad de abandonar su trabajo y mudarse a una zona inundada de tranquilidad y naturaleza. Pero existen opciones terapéuticas y sencillas para al menos permitir que el cerebro imite las reacciones fisiológicas de la tranquilidad.
De acuerdo con el neurocientífico, Antonio Damasio, el cerebro de un individuo puede representar un estado corporal propio y también simular con mayor facilidad los estados corporales equivalentes de los demás. Como por ejemplo, cuando alguien bosteza, de pronto uno también le dan ganas de hacerlo. En sus palabras:
[…]la relación que hemos establecido entre nuestros propios estados corporales y la significación que han adquirido para nosotros, se puede transferir a los estados corporales simulados de los demás, punto en el que podemos atribuir una significación comparable a la simulación. La gama de fenómenos que denota la palabra ‘empatía’ debe mucho a esta configuración.
Es decir que, frente a un estimulo visual que se asocie con una sensación o emoción antes vivida, es probable que nuestro cerebro simule el equivalente en ese momento. Por lo que, si alguna vez nos hemos maravillado con un paisaje insólito, con ver alguna imagen que nos despierte sensaciones similares, es probable que revivamos esa experiencia terapéutica.
Por ello hemos seleccionado una serie de paisajes insólitos y hipnotizantes que la naturaleza alberga en sus rincones. Seguramente te ayudarán a relajarte tras siete días de estrés laboral: