En las últimas décadas, la filosofía zen ha alcanzado nuevas costas y montañas, áreas naturales del Occidente que con su propio sistema de autocuidado se ven enfrentadas a prácticas alternas a su status quo. En especial cuando se trata de practicantes zen que, sin conocimiento del medio ambiente de su alrededor, comienzan a apilar piedras con el fin de generar equilibrio en sus vidas.
Si bien en las culturas asiáticas, unas cuantas indígenas del sur de América, las irlandesas y escocesas suelen apilar pequeñas piedras como representación del equilibrio interno en sitios sagrados, esta moda, traída por el turismo, ha comenzado a arruinar los ecosistemas costeros de las Baleares y las islas Canarias. Poco a poco, esta práctica, que parece inocente, impacta gravemente pues de acuerdo con Ramón Casillas, profesor titular de Geología de la Universidad de La Laguna, en Canarias, “en zonas en las que la densidad de estas torres es importante, el lugar que ocupan estas torres impide que las plantas puedan crecer, y altera el tránsito de la fauna”.
Casillas ha explicado al periódico La Vanguardia, que las pocas plantas que pueden crecer entre la salinidad, los vientos y la fuerte exposición solar se ven fuertemente afectadas si se remueven las piedras, pues las raíces dejan de tener un sitio lo suficientemente húmedo para crecer. “La vegetación desaparece rápidamente.”; y las especies vegetales que más están sufriendo con esta tendencia son el perejil marino –Chrithmum maritimum–, el coixinet de monja –Astragalus balearicus–, l’eriçó –Launaea cervicornis– y varias especies del género Limonium. Esto, a su vez, afecta a la fauna, pues muchas de estas plantas se caracterizan por tener flores grandes, lo cual atrae un gran número de pequeños animales como hormigas, arañas y escarabajos. Es decir que si las plantas se secan, los insectos desaparecen, se rompe la cadena alimenticia y se altera el ecosistema de la región al borde de la extinción de muchas especies endémicas.
El especialista agrega: “Todos estos animales tienen estos sitios de poca vegetación y suelos rocosos como su refugio. Los invertebrados y pequeños reptiles suelen crear sus madrigueras debajo de las piedras, y las aves acostumbran a nidificar en el suelo –a falta de árboles en la costa–. Cuando se remueven las rocas de su lugar, se destruye el hogar de estas especies.” Y lo peor aparece cuando los turistas, al no encontrar rocas sueltas, desarman paredes divisorias de agricultores o barracas de ganado –las cuales, en su mayoría de casos, son construcciones de la época medieval–: “A la larga, en zonas con una alta densidad de estos montículos, la perturbación en el paisaje puede ser tan grande como levantar una caseta. Porque toda construcción humana en un medio natural siempre implica una alteración”.
Desgraciadamente no existen sanciones en la actualidad; sin embargo se han emprendido campañas de concientización para abandonar esta costumbre. Por ejemplo, en Menorca, una de las islas Baleares, se han colocado señales de advertencia así como se han organizado excursiones para desmontar los montículos.